Sábado 21 de junio de 2014 a las15:40 hrs.
Mi querida hija, mi propia vida en la Tierra fue vivirla a
través de mi Hijo, Jesucristo. Mi alma fue creada en el Cielo por mi Padre,
Dios el Altísimo, y mi nacimiento fue un regalo extraordinario para la
humanidad. Fui enviada por Dios con el único propósito de entregarle al mundo
el Mesías tan esperado. El nacimiento de mi Hijo fue Milagroso y desde el
momento que Él efectuó/realizó Su primer Respiro, mi único deseo era
servirlo en cada necesidad.
Adoraba a mi Hijo y lo reconocí con gran reverencia. Su hermosa
actitud divinamente piadosa fue rápidamente evidente dentro de los tres meses
desde su nacimiento. Su sonrisa era radiante aún tan pequeño como era; Sus
penetrantes Ojos azules tenían una profundidad y madurez extraordinaria. Yo
sabía que estaba allí para servirle en todo sentido, pero Él me mostró un gran
amor a una edad muy temprana. Este Amor no era solamente el amor que un niño
tendría para su madre - era mucho más que eso. Él me tranquilizaba; acariciaba
mi rostro cuando me preocupaba acerca de los peligros, que nosotros, y mi
esposo, San José, tendríamos que enfrentar.
Después del éxodo a Egipto, me pareció difícil relajarme y
permanecí alerta a toda amenaza o peligro potencial, lo que significaba que
dormía pocas horas por noche. Incluso antes de que mi Hijo se diera a conocer,
eran muy claros para mí los peligros que Él tendría que enfrentar en el futuro.
Sus Manos, siempre tendidas hacia la gente en amor y amistad. Como niño, él
atraía a muchos, aunque ellos no tenían idea de quién era Él. Él también
señalaba las críticas injustificadas de los amigos y de la gente que conocía.
Él fue burlado y se reían de El, y yo también fui rechazada por muchos. La
Presencia de Dios señalaba a los que eran buenos, así como a aquellos con almas
oscuras hacia nuestra pequeña familia desde el día que nació mi Hijo. Mi amor
por Él era muy poderoso. Lo amaba por Quien Él era, pero yo también lo amaba
como una Madre, y ese amor continúa hasta estos días.
Yo era un poco sobreprotectora de mi Hijo y, cuando lo perdí
en el viaje de regreso de Jerusalén, estaba aterrorizada. Mi sensación de
pérdida fue padecida en cada parte de mí y yo no pude descansar hasta que lo
encontré. Ese día, cuando lo encontré hablándole y predicándole a los ancianos
en el Templo, me di cuenta a partir de ese momento, que solo tenía que servirle
y ser obediente a todos Sus Deseos.
Para servir a mi Hijo verdaderamente, debéis amarlo primero.
Para amar a mi Hijo, debéis conocerlo primero. Conocer a mi Hijo significa
estudiar Su Palabra para entender lo que les dijo a Sus discípulos durante Su
tiempo en la Tierra. Es solo a través de Su Palabra que vosotros podéis llegar
a conocer a Jesucristo. Si aceptáis Su Santa Palabra, entonces podéis servirle.
Vosotros no le podéis servir si no honráis Su palabra, o si no hacéis todo lo
que Él os ha enseñado. La obediencia a la Palabra de Dios es esencial si
deseáis vivir como verdaderos Cristianos. Si vosotros predicáis Su Palabra,
entonces debéis practicar lo que mi Hijo predicó – amaros los unos a los otros;
no hacer a los demás lo que no os gustaría que se os haga a vosotros; honrar a
Dios, a través de los Santos Sacramentos, como Él os enseñó.
Nunca debéis dictarle a Dios vuestro deseo de cambiar Su
Palabra, porque vosotros no tenéis este derecho. La subordinación a mi Hijo
solo se puede lograr si permanecéis obedientes a Sus Enseñanzas. Id en paz para
amar y servir al Señor.
Vuestra amada Madre.
Madre de la Salvación